07/12/13
I
Tengo que decirte que no estoy, llamas a
la puerta y no abro. Escucho el toc toc de tus nudillos, pero estoy tirada en
la cama encerrada entre otros sonidos. No te escucho gritar mi nombre, no te
escucho llorar, no te escucho chillarme, no te escucho ya.
Te dejo una nota por debajo de la
puerta, puedes leer: no estoy en casa.
Y me siento en el suelo esperando
contestación, me siento y suspiro, me inquieta tu respuesta. Tengo miedo de
dejar de escuchar tu voz tras la puerta, dejar de escuchar tus toc-queteos.
Pero un papel entrar en mi habitación.
No entiendo la letra. O más bien no entiendo la expresión. No entiendo la
complicidad de la frase. No entiendo qué significa. Son palabras sin sentido
para mí. Creo que no quiero entenderlo.
De repente el silencio y yo estamos a
solas. No quiere hablar conmigo. Juega con mi sufrimiento, le divierte mi
ignorancia, que se convierte a cada minuto en imprudencia. Una mezcla de
impotencia, imprudencia, intriga, inquietud... todo se suma en mi ser.
07/12/13
II
Sentada en el suelo respiro y suspiro y
aspiro y me dejo caer hacia atrás. Observo el marco de la puerta. Lo sigo hacia
arriba y hacia abajo. La sencillez del marco me produce una envidia enfermiza
que me obsesiona. Oigo pasos hacia derecha y izquierda, y no son los tuyos. No
me lo parece. Me asusta pensar que en un arrebato de deseo y egoísmo rompas contra
ella y se caiga. Me sosiega saber que no tienes fuerzas hoy, no puedes, una
simple puerta te corta el paso, me noto tranquila, ya solo cierro los ojos.
Escucho pasos que se alejan.
Hay otro papel que ha traspasado por
debajo mientras me dejaba aterrorizar en mis pensamientos. No hay nada escrito.
Es un papel en blanco.
Me paralizo como otras veces sin pensar
en lo que pudiste haber escrito. Y lo que no pudiste escribir. En lo que
preferiste no decir. O simplemente que no tenías nada más que decir. Un adiós
es la nada. Y lo es todo. Supongo que es en lo que pensabas mientras rompías de
tu cuaderno esa hoja vacía.
Esa última hoja es el reverso de mi
libro, de tu libro.
08/12/13
III
Sigo esperando tras la puerta cerrada.
La luz de pasillo se ha apagado y no se escucha más que el silencio sepulcral.
Y si, sepulcrada me hallaba sentada sin fuerzas para mirar si realmente no
había nadie. Tenía la esperanza en vano que estuvieras a lo otro lado
esperándome con las mismas esperanzas de un desesperado para abrirte la puerta
como yo de que estuvieras. Ninguna. Pero con miedo de estar equivocados.
Miro a mi alrededor. No sé que estoy
buscando, pero algo. No veo nada que me haga levantarme. Delante sólo tengo la
puerta. Si me muevo de aquí, quizá te vayas. Si me muevo, pasará el tiempo, te
convertirás en un antes y habrá un después. Me gusta este momento, me intento
engañar creyendo que estas ahí sentado esperando. Si me levanto confirmaré tu
ausencia indeseada.
No puedo quedarme aquí parada. Tengo que
moverme. Sin levantar los pies, intento avistar por debajo de la puerta si
reconozco al menos tus zapatos. Nada.
No sé qué hacer. No quiero hacerlo. Me
levanto y pienso otra vez. Me paro a escuchar, no oigo nada. Se me acelera el
pulso y mi respiración disminuye. Trago saliva y tiempo. Un escalofrío me
despierta y mi mano se dirige al pomo.
29/12/13
IV
La luz que se veía por debajo de la
puerta se desvaneció de repente. Creí que te habías ido y usé la valentía que
sentí (o quizás fuera curiosidad) para aclarar mis dudas. Cogí el pomo con
decisión, la que se disipó al escuchar de nuevo mi corazón acelerarse y al no
oír mi respiración. No se que esperaba ver.
Abrí. Mis ojos siguieron el semicírculo
que hacía la puerta en su eje. Poco a poco bajaba la mirada hasta llegar al
suelo y mirar hacia la entrada.
No te encontré. En tu ausencia había una
tapia de piedras estratégica e inoportunamente colocadas bloqueando el paso. No
me dejaba salir corriendo tras de ti. Vuelvo a quedarme sin saber que hacer.
¿construiste tu ese muro?
Lo miro y lo todo, cada piedra, pensando
que quizás cada una de esas es cada trocito metafórico de tu corazón. Es
posible que fuera eso. Bloqueas para no acercarme a ti. Estudio el muro como si
de arquitectura griega se tratara para averiguar cómo derribarlo.
Tiro de una piedra pero no se mueve. Me
propongo insultarlo, ni siquiera vibra. Pedirle por favor que se caía. Sigue
inmutable, impenetrable.
Termino por derrumbarme yo ante él. No
podía deshacer aquel muro. Me arrodillo y sentada sobre mis piernas. Recuerdo
cada palabra que nos dijimos, cada suspiro y cada mirada, cada silencio y cada
espacio carente de letras.