I
Despertarme por la mañana;
buscar entre las sábanas, a ciegas;
abrir los ojos, medio dormida,
para no encontrar nada;
chocar con la realidad.
Y tu cuerpo, tan cálido,
no está a mi lado.
Es desesperante.
Me da frío.
II
Como creyendo en mis mejores sueños –dormir para despertarme
contigo- me despierto y apago el despertador. Pienso en que me tengo que
levantar. Son las 7:30 y ya es la hora de irse a clase. Me entristezco porque
te dejo ahí, adormilado. Te observo mientras duermes en mis cinco minutos de
ventaja. Te dejo dormir. Me voy vistiendo muy lenta y cuidadosamente sin hacer
ruido. No quiero despertarte. En realidad, no quiero despedirme.
Abandono la habitación mirando como finges dormir y dejo la puerta
entrecerrada; ésta rechina y me río porque te has movido hasta el borde de la
cama. Desayuno pensando en que ojalá te levantes y comas en frente y verte con
miradas inocentes. Pasa el tiempo y no hay suerte; terminará y me iré, cuado
vuelva no estarás.
Son las 7:44. Sigo con mi rutina mañanera. Me cepillo el pelo y
pienso en ti, a dos metros del baño, acostado, semidesnudo, en lo bien que
estaría acompañándote. Un frío látigo recorre mi espalda al mirarme al espejo y
recordar lo que debo hacer.
Ya son las 7:55. Aligero mi aseo matutino y aparezco en mi
habitación de nuevo, esta vez para despedirme. Te doy el beso que te dice adiós
y te das cuenta de que nos vamos a separar ya.
Te levantas tan rápido como tu sueño te lo permite y me acercas a
ti. Torpemente, me haces sentarme, dándote la espalda. Me giras y te acurrucas
en mí. No hay palabras, no hacen falta, solo caricias; es más que suficiente.
Tu aroma se pega en mi ropa y penetra fuerte y dulce por mi nariz.
Sentada en el filo de la cama miro tu cuerpo, lo recuerdo el día anterior,
debajo de mí. Desnudo total. Escalofríos. Recuerdo cada mirada, cada beso, cada
caricia, cada expresión… todo, tantas sensaciones. No quise que acabara. Nunca
quiero.
Pero ya es por la mañana y no hay tiempo para los recuerdos. Ya
no. Son las 7:58 en mi reloj. Se comporta como indeseada señal de despedida. Tu
cabeza está apoyada en mi pecho, descansado. Se acerca a mí cuello, un beso en
la nuca que me estremece. Tus labios rozan mis hombros y quieren ir más allá,
quieren regresar a la noche igual que yo, pero ambos sabemos que no hay tiempo.
Mi mente se escapa. Mis ojos bajan la mirada recorriendo tras mi
mano poco a poco cada parte descubierta de tu cuerpo que la noche anterior con
tanta pasión y desenfreno besé. Cada parte de tu cuerpo que me hace escapar.
Recuerdos. Sólo pensar que doce horas antes estábamos apenas cubiertos con una
fina sábana besándonos, olvidando el tiempo que ahora me ahoga. Se me acelera
el corazón pero tengo una obligación. He de recordarme que tengo que ir a clase.
Respiras a mi lado, tu aliento tan adictivo impide que me vaya. He
de irme. El tiempo se acaba. Son las 8:01 a.m. Me levanto y dejo vacío el hueco
al que te habías amoldado. Te tumbas y te duermes.
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