miércoles, 19 de noviembre de 2014

Año 2011. 27 de febrero

        Tiempo. Esa es la palabra más temida. Cuando ves que te come, que no te deja ver más allá del minuto que esté pasando, cuando no te deja planear porque no tienes días donde colocar tus planes.
        Eso es lo que sentí yo en aquel instante, vi cómo el tiempo se lo llevaba, cada vez más lejos de mí. Corría pero no podía alcanzarle, algo sujetaba mis pies, algo los pegaba al suelo, mi cuerpo estaba inmovilizado como una estatua petrificada pero mis ojos seguían sus pasos, y aunque quisiera, tampoco podía llamarle, mi voz se la llevaba el aire en un suspiro suyo. Me empequeñecía con cada mirada, esa mirada que envuelve en la oscuridad de sus pupilas. No podía creer que todo en una noche se acababa. Me mirabas, feliz, o al menos con tu sonrisa, tímida; y con tus ojos, que hablan más que callan cosas que tus labios encubren con soplos. Cada vez más lejos y yo cada vez deseándote más cerca. Veía como a cada paso tuyo, la capa que antes no existía, se hacía más gruesa y opaca, hacía que dejara de verte y, a tu favor, dejar verme tú.


        Cuando volví a recordar, me encontraba en un lugar oculto de todos, su olor estaba rodeándome. Sus manos calientes protegieron las mías, frías como siempre, durante unas escasas horas; mientras, miradas furtivas se le escapaban  por el rabillo de sus ojos intensamente nocturnos para observar, exactamente, no sé qué. Mi sonrisa se escondía en mi interior, sabíamos que una sonrisa no solo significaría una sonrisa humilde. Sabemos tantas cosas sin decirlo que se nos acaban las palabras y hablamos banalidades, queriendo evadir conversaciones que algún día tuvimos que tener y no tendremos.

        Felicidad. Es la palabra más necesitada. Y en ese momento la teníamos, era esencial tenerla entre nosotros. Quizás no era el hecho de estar juntos. Sentíamos la necesidad de ser felices en ese instante. Una felicidad que solo se nos dio al compartir nuestros secretos más ocultos a alguien y confiar en que seguirían siendo secretos.

        De repente, llegó la hora y huyes, huyes como si escaparas de una verdad que saldría a la luz de haberte quedado, pero que sin embargo está mejor enterrada. Te vas tan corriendo que apenas escucho un “adiós. Me veo impotente sin poder saber qué piensas realmente, te conozco, por eso sé qué siempre esconderás algo, siempre guardarás lo más íntimo en tu profundo ser, sin dejarme nada de eso a mí. Me quedo inquieta, quieta, viendo cómo te escabulles entre sol y sombra, sol que me deslumbra y la sombra que te cobija, es tu única defensa.

        Asomas la cabeza y cuando notas que alguien te ha visto vuelves a esconderte, a refugiarte en esa máscara que dices que he roto. Pero no. Todo en un segundo se esfuma, horas de conversaciones imprudentes, relevantes, profundas, íntimas, entretenidas... haces que desaparezcan, o peor, las transformas en una fantasía, en un sueño sin ninguna base.

        Te he ofrecido la oportunidad de ser libre, de escapar, andar hasta donde tus pies aguanten, he intentado llevarte en una dirección, a mi lado, pero te has equivocado conmigo y ahora te equivocas de camino, te escurrirás entre maleza, andarás por arenas movedizas y no estaré para ayudarte.


La felicidad que me aportabas, la destrozas al dudar, al necesitar tus límites.

No hay comentarios:

Publicar un comentario