miércoles, 17 de febrero de 2016

Año 2016. 13 de febrero. Sábado de aventuras

              Siempre recordaré la noche del 13 al 14 de febrero de 2016. Estaba plácidamente dormida cuando en la mesilla comenzó a vibrar el móvil. Eran las 5 de la mañana y solo recibí una noticia horrible: mi amor, mi vida, mi precioso tesorito se había perdido a 15 km de casa y no sabía volver. El alcohol hizo estragos en su memoria, en su orientación y en su cordura. Ninguna acompañaban, y yo, desde casa angustiada, no sabía qué hacer. No supe ayudar.

                Tras media hora de reloj manteniendo una conversación de locos, sin sentido, sin principio y sin un (al menos próximo) final; una conversación digna de reproches posteriores, y tras mucha impaciencia, nos entendimos.

              El miedo a no regresar se apoderó de su corazón y cogió el primer taxi que se acercó. Más que un taxi, pareció un ángel invocado salvando nuestras vidas. No pasó más de 2 minutos en pánico y pudo salir de ese lugar perdido.

                A medio camino, el hambre dio un vuelco al pensamiento. Por suerte, a las 5.30 de la madrugada existe una opción que satisface. En un restaurante de mala muerte (no diré cuál), quiso pedir una hamburguesa de 1€, de esas que ni es hamburguesa, ni pan, ni aire puro, por pedir.

                Mientras, charlábamos, la calma volvía en sí, nos rodeaba. Arrepintióse de su decisión al ver la espera que le profesaba a esa hamburguesa. Broma tras broma, colgué. Colgué y esperé. Esperé y no llegaba.

                Mucho más arrepintióse bajo la sombra de su hogar en el enfrentamiento con un (palabras textuales) "hjpta". Del tirón, hubo de arrodillarse dejándose monedas, sangre y dignidad en la acera. El ángel salvador volvió transformado en cobardía en el corazón de aquel que salió corriendo. Lo hizo volar y desaparecer. La esperanza de llegar a casa llenó ese hueco vacío. Le dio fuerza. 

                Recibí otra llamada. El corazón latió tan fuerte que levantó mi cuerpo. Sin manos, me calcé y me abrigué. Corrí sin saber a dónde. Y busqué. Estaba al otro lado del teléfono.
Abandonado el lugar del crimen, todo y nada llevaba consigo, con la bastante escasa velocidad que sus pies y su templanza le permitían. 

                Entre lágrimas, viene a mí mi medio yo, acercándoseme, lentos y temblorosos sus pasos, se tambalea. Mientras, por teléfono, me implora: no me cuelgues, no me cuelgues.
No lo haré nunca más, pero Raquel, tú tampoco lo hagas.

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