Saliste de tu
escondite de bullicio y este desapareció a mi vez, aunque la gente seguía ahí,
sin dejarme salir y huir de esa pesadilla de 10 minutos que se alargó hasta el
momento en que creí haber muerto del dolor que me causaba mirarte y ser inútil
al intentar no hacerlo, cuando ambas opciones dolían sin demora alguna. Pero
luchaba difícil y forzosamente por respirar. Pero seguía estando ahí y tú allí
y por mucho que hubiese querido escapar, seguíamos en el mismo lugar, los dos.
Quizás yo lo conseguí, o al menos una parte de mí; mi cabeza quizás por un
momento logró salir de aquí. Mi cuerpo luchando por calmar mi aliento y mis
ojos llorando de rabia por querer aprenderse tu silueta entera observando,
memorizando cada mínimo detalle.
Te giraste
haciendo que mi voz se extinguiera por completo y mi cuerpo se estremeciera y
mi corazón se parase para sujetarse a cualquier barco náufrago de los que
flotaban aún formando un remolino de locuras olvidadas en mi mente. Pero al ver
esos ojos tan tranquilos, que quemaban como el fuego y que, a la vez, también
me helaban, tirité. No pude evitar que tu sonrisa, tan amable y traicionera
como siempre, me enviara al mundo paralelo de mis sueños en el que anhelo cosas
imposibles, en el que también imaginé que sonreías para mí. Pero despierto del
sueño en el que vivo a través de una repentina campana acabando con este
agridulce momento, apelotonándose tanta gente, creando una abismo aún más
grande entre tú y yo. Y te veo allí más lejos que antes, pero a la misma
distancia, rodeado de paredes de gruesos cristales, irrompibles, inaccesibles
muros de transparente cristal imaginario. Con esa mirada que me derrite con su
hielo frío y congela mi fuego. Inquietantes y verdes, tus ojos intimidan lo
bastante para no querer mantener mi mirada, deseando fijarla de nuevo,
calándose hasta el fondo de mi alma y clavándome astillas en mis dulces
pensamientos que se van escapando de mi cabeza, huyendo como hacía mi aliento
al respirar antes de conocerte, igual, hasta que vuelves a hablarme con tus
vaivenes de humor y vuelven a nacer, esperando impacientes, ya que pronto
llegaran los pinchazos a los ya convertidos en reservados y precavidos sueños
ante el dolor que provocaran estas estacas que acaban con ellos de nuevo.
Así, así eres
de amenazante para mí, así de peligroso, así, tanto que muero por dentro al
mirarte. Así quiero que estés, así quiero que te quedes. Así, que no pueda
mantener una sola esperanza y entonces me pueda doler.
Pero no, ya
no volverán esas falsas ilusiones, aprenderé a evadirme de tus palabras y
escapar de la muerte en vida de tu sonrisa para evitar encarcelarme tus ojos y
volver, aunque sea, a sonreír.