miércoles, 19 de noviembre de 2014

Año 2010. 23 de marzo

Otra tarde más. Otro día sola. Otro sol sin disfrutar. La luz entra por la ventana. Miro; el cielo parece abandonado, ni siquiera las nubes: huyen. La infinidad del cielo no se encuentra y solo el sol lo limita. El día es perfecto. Pasa una brisa que se cuela en la habitación, es suave y fresca, pero a la vez tan cálida. La luz que penetra por los cristales me da en la cara, pero es cariñosa, y su calor solo me acaricia las mejillas, no araña. Mis ojos se mojan para darle envidia a este día tan tosco. Cierro los ojos pues solo consigo rencor. Abro los ojos de nuevo, pero sigues sin estar aquí. A pesar de este día tan agradable y jocoso, tu ausencia lo amarga.

El reloj deja correr sus agujas a la vez que deja escapar el sol por detrás de los edificios más lejanos. El rosa del atardecer me alcanza y llega un soplo de aire no tan seductor que ahora me va helando. Cierro la ventana cerrando así una escapada de mi esperanza y abriendo la ventana de mi imaginación.


Me pongo a imaginar cómo será el reencuentro. No recuerdo cómo fue la última vez que te vi. Intento revivir cuándo fue y dónde nos despedimos. No quiero pensar qué diremos, qué haremos después. Me da miedo hablar contigo, descubrir qué será de nosotros. ¿Qué pasará más tarde? ¿Estaré contigo mañana? ¿Volveré a verte a mi lado? ¿Estaré arropada por tus brazos o nuevamente, y siempre, por esa brisa gélida?

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