Otra tarde más. Otro día sola. Otro sol sin disfrutar. La luz
entra por la ventana. Miro; el cielo parece abandonado, ni siquiera las nubes:
huyen. La infinidad del cielo no se encuentra y solo el sol lo limita. El día
es perfecto. Pasa una brisa que se cuela en la habitación, es suave y fresca,
pero a la vez tan cálida. La luz que penetra por los cristales me da en la
cara, pero es cariñosa, y su calor solo me acaricia las mejillas, no araña. Mis
ojos se mojan para darle envidia a este día tan tosco. Cierro los ojos pues
solo consigo rencor. Abro los ojos de nuevo, pero sigues sin estar aquí. A
pesar de este día tan agradable y jocoso, tu ausencia lo amarga.
El reloj deja correr sus agujas a la vez que deja escapar el sol
por detrás de los edificios más lejanos. El rosa del atardecer me alcanza y
llega un soplo de aire no tan seductor que ahora me va helando. Cierro la
ventana cerrando así una escapada de mi esperanza y abriendo la ventana de mi
imaginación.
Me pongo a imaginar cómo será el reencuentro. No recuerdo cómo fue
la última vez que te vi. Intento revivir cuándo fue y dónde nos despedimos. No
quiero pensar qué diremos, qué haremos después. Me da miedo hablar contigo,
descubrir qué será de nosotros. ¿Qué pasará más tarde? ¿Estaré contigo mañana?
¿Volveré a verte a mi lado? ¿Estaré arropada por tus brazos o nuevamente, y
siempre, por esa brisa gélida?
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