"Dame tiempo y te daré la vida - le dije a la
muerte. "
Hablando con
unos amigos en clase, a uno de ellos se le ha escapado una frase que he
reformado. Cuando eres pequeño tienes una imaginación impredecible, ganas de
ver mundo y de ser mayor. Cuanto más creces menos ganas tienes de eso y más de
volver a la mágica inocencia que hacía que romper un plato fuera algo gracioso
para tus padres, éramos unos idiotas.
“Cuando tienes 18 años tienes ganas de comerte el
mundo. Pero es ya tarde cuando te das cuenta de que el mundo es una mierda y le
has dado un mordisco.”
La ilusión se
va perdiendo y lo que te queda es la una rutina que asfixia más y más a la vez
que va aumentando la edad.
No sé si esto
que vemos es lo único que nos quedará en realidad, ni sé si esto es solo la
visión futura que me produce el presente. Proyectamos ansias de vivir, sin
embargo, en lo más profundo buscamos felicidad ya que vemos que se nos acaba el
tiempo. Nos quejamos de eso, del tiempo. ¿Cuánto queda? ¿Hemos llegado ya?
¿Cuánto dura el examen? ¿Cuándo nos dan las vacaciones? ¿Cuándo terminan?
¿Cuánto queda de curso?...
Y no nos damos cuenta de que así es cada año, que
si cambian estas frases serán a: ¿cuándo me pagan? ¿Cuándo mis horas libres?
¿Cuándo las vacaciones?
¿No veis que
nos cierra el círculo de vida? Eso es tan evidente para todos que
inconscientemente buscamos una salida, y nadie se quiere dar por aludido cuando
digo que nadie busca a nadie, solo una ‘autofelicidad’.
No hay comentarios:
Publicar un comentario